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The Killers: No te lo podías perder

Para los vanidosos, todos los demás hombres son admiradores (Antoine de Saint-Exupéry)

Acabas de terminar una de tu sesiones de jogging en Moncloa; por la mañana temprano, anunciaste que el techo de gasto se va acabar, que la fiesta del despilfarro continúa, y que la nómina de altos cargos es un no parar; ninguno de los dos tenéis claro lo del máster, pero es a tu rival político al que le aprietan los cordones del zapato. Tienes las endorfinas de la autoestima por las nubes; Turca retoza en el esplendor de la hierba, e Iglesias anda por ahí, ajustando el ph de la piscina bajo el eclipse del siglo; con orgullo te calzas camisa y tejanos, y sales a formar nuevos ciudadanos; te miras al espejo y dices aquello de… ¡No me lo puedo perder!

Eres el presidente -lo dicen tus gafas de sol y tus manos- y no importa con qué apoyos, ni con qué argumentos; depredator man del susanismo, killer del área, tú sí, del marianismo; los rompehuevos del PNV siguen a la suya, de luna de sangre y miel, y los del freedom for Catalonia de victoria en victoria, hasta la derrota final. Nadie, ni nada, podría frenar ese ímpetu de tomar el avión oficial del Ejército para llegar hasta la banda de rock de Las Vegas, la preferida de gente guapa y lolitas con vaqueros ceñidos como la piel -que diría Ansón-. Ya ves, techos a tí…

Lo tuyo con Puig duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. Tímida coartada que no podía empañar una gran noche de agenda cultural -que diría Carmen Calvo- en zona VIP con The Killers.

La vicepresidenta del Gobierno se supera a sí misma y primero dice que “el dinero público no es de nadie”; y luego nos pregunta si no es lo mismo esta escapada veraniega con la primera dama, que ir a la ópera, claro, y quién es él, y en qué lugar se enamoró de ti, y qué tienen de menos esa música y esos miles de turistas que allí estaban con Pedro, de Festival Internacional en Benicássim. Hombre, visto así, vicepresidenta, todo es cultura. También tu posado en el Vogue con los mejores modistos de la época, o un concierto de Maluma. Y hasta un bolo de Norma Duval, musa del angosto aznarismo en los noventa, por qué no.

Desde que Alfonso Guerra tomara el Mystére para llegar a tiempo a una corrida de toros en Sevilla, no habíamos conocido nada igual sobre usos descarados de aviones oficiales. El tiempo, la experiencia democrática y, sobre todo, las polémicas, van delimitando las líneas rojas que los asesores presidenciales de Moncloa aprenden a no pisar.

Pero lo de Pedro Sánchez está a otro nivel. Acabas de terminar tu sesión de jogging en Moncloa; por la mañana temprano anunciaste que el techo de gasto se va a acabar, y que la fiesta del despilfarro continúa; la nómina de altos cargos es un no parar y por tí, presidente, doblan las campanas del Falcon 900B de las Fuerzas Aéreas del Reino de España. Ya nadie podrá sospechar que eres aquel imberbe aspirante al Ministerio de la Plurinacionalidad, al que los suyos corrieron a gorrazos hace menos de un año; y te miras al espejo ese día.

Y no. No te lo podías perder.

 

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