Es tan difícil decir la verdad como ocultarla. (Baltasar Gracián)
Hubo un tiempo en que imaginábamos Tobarra como ese lugar, más allá del Mar, donde el Sol cada mañana brille más; y se abriera paso un nuevo Silicon Valley del cambio climático, cuna de la observación científica internacional, un apéndice del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el sureste español, y una prolongación del Observatorio Internacional del Teide en el Monte del Calvario.
Fue ese momento cumbre de registrar la moción de censura, en el que la súbita fiebre conservacionista de los socialistas frente al cactus de Arizona -planta invasora procedente del desierto de Sonora, en Estados Unidos-, puso en la diana de la crítica política al hasta hace poco alcalde de Tobarra, del Partido Popular, por su supuesta incapacidad para frenar -por sí solo- esa y las otras diez plagas bíblicas de Egipto, sin contar con el deshielo del Ártico.
Una nueva mentalidad ecologista de la izquierda tobarreña nos hizo tomar por bandera la revista Nature, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, por su labor de más de un siglo impulsando las grandes conquistas científicas de la Humanidad; y, de paso, nos hizo creer que un mundo sin cactus es posible.
Era el día de comprender cómo funciona la Tierra y la forma en que los procesos naturales responden al calentamiento global; tuvimos la esperanza de que la nuevas misiones del Earth Explorers hicieran palanca en un centro de lanzamiento de la provincia de Albacete, quizás en el Parque Aeronáutico de la Autovía de Los Llanos, y nos frotábamos los ojos pensando que unos concejales de la noble Villa habían sacudido, por fin, las anestesiadas conciencias ambientales del municipalismo, con un efecto similar al de los cinco céntimos por las bolsas de plástico.
Empero, debe ser cierto aquello de que la vida es sueño. Las tres primeras notas de prensa oficiales forjadas en las sedes de las Administraciones Públicas provincial, regional y nacional, ya con el nuevo y triunfante equipo de gobierno local, no han podido ser más pedestres, inimaginables en las más elementales normas de cortesía institucional; unas formas acaso más propias de un grupo descontrolado de hooligans rusos, que hacen muescas en el cinturón por el empate de último minuto. Nada avanzan los ciudadanos, acaso nada retroceden -restan ocho meses de nueva cita con las urnas-, y, sin embargo, esas fotos exprés no tienen más objeto que celebrar la discutible expulsión sin VAR de un alcalde del Partido Popular, el más votado entre la concurrencia con derecho a sufragio.
Efectivamente, todo ha sido más cruel de lo esperado, o no. El desapego de la clase política tiene mucho que ver con este tipo de actitudes zascandiles, en las que una bofetada sin manos deja al sureste español compuesto y con cactus hasta las próximas dos décadas, y con lo que va de un siglo a otro, sumarían ya cuarenta años.
Una operación política de despacho circunscrita al ‘quítate tú que me pongo yo’, para ni tan siquiera para dar el bastón de mando a un/una underforty como es moneda de uso común ya en la política española, sino a la más rancia de las tradiciones doctrinarias de la izquierda comarcal, a la que el cambio climático se la trae al pairo, y sin más horizonte para los vecinos de la provincia que ver marcar las horas del reloj, para no enloquecer entre tanto postureo y la proximidad de unas nuevas elecciones municipales.
Y todo eso, en nombre del cactus de Arizona.
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